8 de junio de 2007

PERDEDORES SIN PÁRPADOS EN LAS HERMOSAS OREJAS

agosto 27, 2004

EL ODIO A LA MÚSICA
Pascal Quignard

Interrogo los lazos que mantiene la música con el sufrir sonoro.
Algunos sonidos, algunas melodías dicen en nosotros qué “antiguo tiempo” hace hoy en nosotros.
Sólo la música es desgarradora.

La presa que cae es al sonido de la cuerda del arco lo que el rayo es al sonido del trueno.
Una lengua.
Primero, un promontorio. Después, un problema.
Todo está cubierto de sangre ligada al sonido.
Quien escribe es este misterio: un locutor que escucha.

La música duele.
La música es lo irreversible que vivita. Es lo removido que se “remueve”. Es un “ninguna parte” que llega. Es el retorno de lo sin retorno. Es la muerte en el día. Es lo asemántico en el lenguaje.
Es palabra de Tolstoi: “Allí donde se quiera poseer esclavos es preciso contar con toda la música posible”.
Por primera vez desde el comienzo del tiempo histórico, es decir narrativo, algunos hombre huyen de la música.
Escapo de la música inescapable.
¿Por qué el vocablo sirena, que designaba los pájaros fabulosos del relato épico de Homero, llegó a denotar el llamado chillón y pavoroso de las fábricas industriales del siglo diecinueve y la convocación al lugar de los siniestros de los carros de bomberos, de la policía municipal, de las ambulancias?
El silencio es para los oídos lo que la noche es para los ojos...

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